Mientras se levantaba en el mundo una oleada de indignación contra los abusos del modelo que extremaba las desigualdades, Edward Miliband reencarnaba en ese país las ideas fundadoras del Estado de bienestar. El líder laborista denostó del capitalismo especulativo “depredador”, abogó por una economía productiva, por regulación financiera e intervención del Estado para redistribuir los bienes públicos. Su fórmula de capitalismo redistributivo, de democracia más enfática en igualdad que en libertad de mercado, amenazaba desbancar la del conservador Cameron, de crecimiento sin redistribución. Y desafiaba, por contera, la Tercera Vía de Tony Blair, cada día más cerca del liberalismo decimonónico. Contra el cual había surgido, precisamente, aquella transacción entre socialismo y capitalismo, la socialdemocracia. 23
Mientras se levantaba en el mundo una
oleada de indignación contra los abusos del modelo que extremaba las
desigualdades, Edward Miliband reencarnaba en ese país las ideas fundadoras del
Estado de bienestar. El líder laborista denostó del capitalismo especulativo
“depredador”, abogó por una economía productiva, por regulación financiera e
intervención del Estado para redistribuir los bienes públicos. Su fórmula de
capitalismo redistributivo, de democracia más enfática en igualdad que en
libertad de mercado, amenazaba desbancar la del conservador Cameron, de
crecimiento sin redistribución. Y desafiaba, por contera, la Tercera Vía de
Tony Blair, cada día más cerca del liberalismo decimonónico. Contra el cual
había surgido, precisamente, aquella transacción entre socialismo y
capitalismo, la socialdemocracia.
Renacía esta opción de sus cenizas, para
arrojar una última palada de tierra sobre la tumba de la utopía de Francis
Fukuyama, savia del fundamentalismo de mercado y del Estado homogéneo
universal: según él, la victoria del liberalismo político y económico sería el
fin de la Historia. Seis meses antes de elecciones, invitaba Miliband a su
partido a centrarse “en una alternativa radical que sea clara, calibrada y
concreta”. Pero moderó a última hora el discurso y, por ganar votos del centro,
lo contaminó de ambigüedades. Y salió derrotado. No así el fenómeno que cuajaba
aceleradamente: la controversia entre tendencias en el laborismo. Una vuelve
por los fueros del poderoso sindicalismo británico y del pensamiento
socialista; otra recoge todavía los despojos de la Vía Blair, su líder
entregado ahora a la desapacible tarea de hacerse millonario.
Sostiene la filósofa política Chantal
Mouffe que es preciso reformular el proyecto socialista radicalizando la
democracia. Nada habrá tan radical, apunta, como llevar a la práctica los
principios ético-políticos de libertad e igualdad, pilares de la democracia
pluralista. En lugar de una ruptura revolucionaria, provocar transformaciones
en aquella. Si hace 30 años, en auge el Estado de bienestar, se trataba
de radicalizar la socialdemocracia, hoy se trata de defender las instituciones
del socialismo democrático que sobrevivieron a la embestida del neoliberalismo.
La democracia pluralista, recuerda Mouffe, articula dos tradiciones que es
imperativo recuperar: la tradición liberal del pluralismo, del Estado de
derecho, de la libertad individual; y la tradición democrática de igualdad y
soberanía popular. Única vía para superar la capitulación de la
socialdemocracia al neoliberalismo. No parecía Miliband descaminado.
Hasta cuando quiso ofrecer un compromiso
ideológico entre las dos corrientes del laborismo, y no, como se esperaba en
las elecciones más dramáticas en décadas, un “nuevo” planteamiento: rescatar la
pepa de la ideología y del programa socialdemocráticos que Blair había feriado.
Más auspiciosa la vieja disputa izquierda-derecha que el amancebamiento del
laborismo con su antagonista de hoy y de siempre. Pero el reencuentro de la
socialdemocracia consigo misma en Inglaterra no la confina en una torre de
marfil. Ya su dirigencia anuncia que la recuperación de su identidad política
no le impedirá aliarse con otros para efectos que trascienden a los partidos.
Como el referendo que decida si ese país permanece o no en la Unión Europea. La
semilla ha germinado y dará frutos, pese a la derrota electoral del laborismo.
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