Murió Arturo, el último tío abuelo, quien sus
días finales los paso en una cama, ya fatigado por sus andanzas, su mente
seguía intacta, necesitaba ejecutar algunas diligencias más, pero su cuerpo no
les respondía, se parecía al autor de “Los chorros de Tapartó” en sus últimos
días, largo de cuerpo, esquelético, consumido, escuálido, pero no se quería ir.
Como sí lo hizo su cónyuge dejándolo sin descendientes.
Arturo uno de los 14 hermanos, la mitad
hombres y la mitad de las hermanas, solteronas. Es un hombre culto. Habla francés,
inglés, italiano y alemán. Le gusta la poesía, los buenos trajes, más los
caballos que las mulas y los mejores carros. Aprendió de medicina, química,
arquitectura, finca raíz, comercio, industria, finanzas y de abogacía, pero su
mayor obsesión es cómo ganar más y más dinero, a diferencia de su padre, que lo
que le gusta es, trabajar.
Arturo hijo de un arriero, Segismundo, conocido
como, don mundo, el dueño de Turingia, una de las más codiciadas casas de
verano de la provincia. Acumulador de propiedades y mulas. Era el caporal con
la mulada más grande conocida en esa época, quien llegó a tener 500 mulas, esta
mulada trabajaba la mitad 6 meses y la otra descansaba. Don mundo fue
damnificado de la primera gran crisis financiera mundial y todos sus bienes
rematados por los bancos, por ello hay una vía en esa urbe que se llama la
calle de los bancos. El padre de Arturo, luego de esta quiebra económica,
recogió el dinero de las alcancías de todos sus nietos e hijos y empezó a
comprar animales de carga y tierras, a nombre de sus hijos mayores para que no
fueran embragadas por los bancos, porque a pesar de haber perdido todas sus
pertenencias, todavía quedo debiendo una fortuna a sus acreedores. Emigró en busca
de mejores horizontes, llegando a La Concordia, donde compró 3 fincas La Lucía,
La Josefina y la Eternidad que hoy se llama Villa Luz. En la Lucía fijó su
residencia definitiva y allí termino de completar sus 14 hijos. Segismundo de
apellido al parecer de origen Castellano Leonés, casado con doña Eloísa
dama de origen Asturiano, según
se lee en el libro de las genealogías. Pero no corresponde a este trabajo hacer
un estudio genealógico, pues como bien lo dice el caballero de la triste
figura a su fiel escudero: "Jamás te pongas a disputar de linajes, a
lo menos comparándolo entre sí, pues por fuerza, en los que se comparan, uno ha
de ser el mejor, y del que abatieras serás aborrecido y del que levantares, en
ninguna manera premiado". Quiere decir esto que los linajes por muy
encumbrados que sean no sirven para nada más que elevar nuestro ego porque en
últimas todos terminamos siendo primos.
Cuando don mundo falleció, no
se levantó sucesión, porque a su nombre no había ningún bien y los mayores se
quedaron con todas las posesiones, los menores con nada.
Arturo era de los hermanos menores, nunca
perdono el despojo de sus consanguíneos y a medida que morían sus hermanos y hermanas
beatas y las casadas o casados que no tuvieron prole, peleaba en las herencias para
que todo le quedara a su madre, por lo que las pertenencias iban quedando
congeladas en el tiempo debido a los enredos litigiosos provocados por el
ultimo tío abuelo, y sus abogados se limitaban a
firmar los memoriales que él mismo redactaba, adicional, siempre salía
beneficiado en las sucesiones, con la hijuela de gastos.
Cuando falleció Arturo, se abrió la casa de
los abuelos, que está ubicada en la plaza principal de la aldea donde residían,
hoy un centro comercial, diagonal a la única casa con balcón que hay en el
parque central, que todavía existe, y al frente de la basílica, consagrada como
el santuario de la Virgen de la Esperanza y los Petitorios.
En los más de 12 aposentos y cámaras de la morada
de los abuelos, encontraron un cuarto lleno de libros primeras ediciones, en
diferentes idiomas, en otro recinto, refinados mobiliarios tallados en Europa, forjados
con las más finas maderas de Latinoamérica, en otra recamara, exquisitas bajillas
Bávaras, cubiertos de oro y plata y una
alucinante cantidad de joyas.
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