Un ‘Tigrillo’, embajador en Portugal en 1955 y en España en 1968 bajo el
régimen de Franco, ministro de gobierno de Carlos Lleras Restrepo en plena
vigencia del Frente Nacional. ¿Quien es? Ya lo voy a decir. El leopardus tigrinus que prefiere las zonas de mucha
vegetación, tal vez por ser natural de centro y sur América, se sabe pariente
de félidos contemporáneos, con quienes comparte en exclusiva el globo
terráqueo.
Este ‘Tigrillo’ ha
impregnado de elocuente saliva algunos nombres de beneméritos
ultraconservadores como el del último leopardo, Gilberto Alzate Avendaño.
Carlos Augusto Noriega ‘el Tigrillo’ y todos los leopardos que le anteceden no
sólo están en plena vigencia en los tiempos denominados de ‘la violencia’ en
Colombia sino que llevan los nombres de legiones y operaciones tanto alemanas
como del Ku Klux Klan, que hacia 1915 se estaba refundando motivado por la
película “El nacimiento de una nación” basada en el libro “Las manchas del
leopardo” de Thomás Dixon. Coincide este momento de avivamiento del espíritu
nacional estadounidense con el proyecto de las awakening communities de Mary Mims, que tanto enamoró a las
sociedades de mejoras públicas que Carlos Eugenio Restrepo y Gonzalo Escobar
habían traído a Colombia.
La apologética ha sido una auxiliar de la sofística y, en tanto tal, un
producto al servicio de un mecenas. Las defensas enconadas de credos, la
negación de crímenes, el obcecado blanqueamiento de las motivaciones para los
atropellos y, sobre todo, el uso abusivo de la retórica –lo que se ha
magnificado equívocamente en Colombia como inteligencia– han hecho suspirar a
los que se quejan diciendo ‘ya no quedan en Colombia tigrillos ni leopardos’, y
no precisamente en un lamento ecológico.
El hermano del ‘Tigrillo’ también se defendía en el arte de la
panegírica que, en términos bien ramplones y para que todos entendamos, no es
más que lambonería o lisonjería con un buen diccionario a mano. Para las épocas
difíciles en Colombia, contemporáneas al aciago 9 de abril de 1948, resulta
bien llamativo el hecho de que Alex Tovar, el saxofonista de Lucho Bermúdez,
componga una canción que extrañamente hoy es el himno del Deportivo Cali y que
ha sido cantada por Beni Moré con Dámaso Pérez Prado, Celia Cruz, el Gran Combo
y otras orquestas de talla internacional. Cuando se grabó la canción en Bogotá,
fue la voz de Jorge Noriega, el hermano del ‘Tigrillo’, quien la inmortalizó en
el acetato dedicándola a “un antioqueño muy trabajador y muy querido en toda la
nación”. ¿Quién es, quién es? Ya lo voy a decir. Todavía resulta más
inverosímil que la canción se hubiese compuesto para un ‘antioqueño
desconocido’.
En 1948 y tras el paisa motivo de la inspiración, que huyó de la capital
para instalarse en el barrio Prado Centro, Lucho Bermúdez dejó de tocar con su
orquesta en el Hotel Granada de Bogotá y huyó también a Medellín para
vincularse con los suyos, como la orquesta de planta del Hotel Nutibara y el
Club Campestre. ¿Qué hacía a Medellín un sitio propio para escapar de la
violencia desatada en Bogotá con el asesinato de Gaitán? 1948 es el año en el
que nacería la OEA por iniciativa de antioqueños y RCN (Radio Cadena Nacional),
en la que la empresa antioqueña Fabricato compró la mitad del capital, pero
también será un año crucial para el fútbol profesional colombiano.
Las genealogías antioqueñas, que tanto enorgullecen a los blancos en su
búsqueda de parentescos con la nobleza europea, tal vez sólo lleguen a delatar
el origen ‘ñapango’ de las acomplejadas élites colombianas. Sin embargo, como
instrumento histórico, son un interesante fundamento para desnudar relaciones
íntimas entre el Estado y los intereses privados, y, por sobre todo, dar cuenta
de lo que es capaz de hacer militarmente un antioqueño en busca de abolengos
que blanqueen su pasado y le permitan ocultar la historia. Al tiempo que se
dice “cada quien puede comprarse una historia nueva o mandarse a hacer un buen
relato”, los genealogistas acuden presurosos, porque ésta también es una
oportunidad para hacerse a una fortunita y, de paso, alcanzar algún prestigio
como panegiristas de paramilitares medievales. Y hubo un señor del siglo XVII
que, al parecer, tuvo que cambiar de nombre por voluntad de quien a Antioquia
lo envió. Y ese señor, que se hizo pasar por descendiente de caballero de la
orden de Calatrava, al parecer no era más que un protegido político al que
debían esconder en América y, para ello, le dieron una nueva identidad. ¿Quién
es, quién es? !No lo puedo decir! Porque ni Maria Emma Escobar Uribe, de la
Asociación Colombiana para el Estudio de Genealogías, quien ha buscado
presencialmente en España todas las evidencias, ha podido descubrir quién es
realmente don Pedro Echeverri Eguía, de quien no existe rastro alguno.
De este ser, al parecer, con nombre y apellido falso descienden todos
los Echeverri o Echeverry de Antioquia y del occidente colombiano. Y es a un
descendiente de este señor al que se le concederán 160.496 fanegadas de tierras
en el suroeste antioqueño en 1835, en lo que se llamará la Concesión Echeverry,
un terreno que le hará socio de la Concesión Villegas y la Concesión Aranzazu.
Una negociación en la que se verán intervenir al mismo Aranzazu y a Mariano
Ospina Rodriguez, gobernador y secretario respectivamente. La esposa de este
descendiente Echeverry, dueño de la concesión, es la tía abuela de don Fidel
Cano, fundador del Espectador en 1887, casado con María Elena de Jesús Villegas
Botero, una descendiente de Fidel Villegas y Córdoba, el dueño de la realenga
Concesión Villegas y antepasado también de Silvio Villegas el ‘Leopardo’ y de
Lorencita Villegas de Santos, la esposa de Eduardo Santos.
Pero, también es descendiente de Gabriel Echeverri Escobar, uno de los
cien empresarios más enaltecidos de la historia blanqueada. Figuran entre sus
más elocuentes hazañas la colonización de Urabá, la fundacion de Colanta y
Uniban, y sus actividades como ganadero, bananero, minero, impulsor de
Carbocol, fundador y dueño del periódico El Mundo, etc. Actualmente investigado
por su financiación a grupos paramilitares, que existen en todas las tierras de
su propiedad. Como lo afirma José Darío Castrillón Orozco,
“es conocido como dueño de media cordillera, con tierras en Urabá, Chocó, Norte
de Antioquia, bajo Cauca Antioqueño, también en los montes de María. Todas
zonas de conflicto con evidente presencia paramilitar”.
Es el padre del alcalde de Medellín, Anibal Gaviria Correa, y del
gobernador asesinado, Guillermo Gaviria Correa. ¿Quién es? ¿Quién es? Ya lo voy
a decir: Guillermo Gaviria Echeverri.
También es Echeverry la empresa Gonchecol que fundaron los hermanos
Gonzalo, Julián y Alonso Echeverry Arango, comercializadores de café y acusados
de exportaciones ficticias en 1986, con lo cual sostuvieron actividades
diferentes a la razón de su empresa. Y de éstos es sobrino José Luis Echeverry
Azcárate, el vallecaucano de ancestros paisas que hoy goza de todas las
credenciales en las altas esferas del negocio deportivo nacional y mundial.
Comparten éstos los mismos ancestros antioqueños que los hermanos Gonzalo y
Juan Carlos Echeverry Garzón, descritos como pujantes empresarios del gremio de
transportadores de basuras, lodos aceitosos y petróleo, además de otras
actividades financieras: Gonzalo, un donante económico para la campaña de
reelección, y Juan Carlos, en la junta directiva de Ecopetrol y ministro de
hacienda de Juan Manuel Santos. Todos estos Echeverry comparten ancestros
antioqueños de Rionegro con Fabio Echeverri Correa, el presidente de Ecopetrol,
presidente de la Andi, gestor de la reelección presidencial de principios del
siglo XXI en Colombia y consejero presidencial. Y, ¿a quién, a quién querían
reelegir? ¿De verdad lo tengo que decir?
Pero Fabio Echeverri y Juan Manuel Santos no sólo comparten intereses
económicos, en especial sobre la locomotora de la prosperidad, sino que
comparten lazos familiares. Juan Pablo Echeverry Botero, de la misma
ascendencia de Fabio Echeverri Correa, está casado con una hermana del
presidente Santos. En Fabio Echeverry se puede observar con claridad que entre
Santos y Uribe no ha existido ni existe disputa alguna: ambos presidentes han
sido motivo de inversiones de los descendientes de la Concesión Echeverry.
Héctor Echeverry Correa, quien fuera director del Banco Mundial, estuvo en las
juntas directivas de Bavaria, Acerías Paz del Río y Corporación Financiera Gran
Colombiano; fue condecorado por Ecuador, Colombia y Venezuela; llegó a ser
secretario general del Partido Liberal; y, para sorpresa de cualquiera, figura
como el miembro 651 de los 990 miembros de la Internacional Socialista. Fabio y
Héctor son hijos del autor del texto “El ensayo en Antioquia” y del cual hemos
conocido recientemente un fragmento denominado “El éxodo campesino”, en el que
ya establecía la necesidad de atender a la vivienda urbana antes que a una
reforma agraria, auguraba los altos precios y la necesidad de aumentar las
importaciones de alimentos, la seducción a que nuevos ciudadanos vayan al campo
a producir alimentos, así como la urgencia de permitir la autodefensa con un
discurso lisonjero que parecía poner de relieve las necesidades de los más
pobres.
¿Pero quién es el autor de estos proyectos? ¿Quién es? Lo tengo que
decir: Luis Guillermo Echeverry Abad, el padre de Fabio y Héctor Echeverry
Correa, que sería el precursor de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, ya que sus
mejores postulados fueron llevados a cabo por éstos protegidos de los
Echeverry. No obstante, el nieto de Luis Guillermo que recientemente representó
a Colombia y Ecuador ante el BID, y estuvo aspirando a la dirección de la
Federación de Cafeteros, se prepara a heredar el liderazgo de la Concesión
Echeverry, que, como vemos, extiende ya sus alas por la geografía americana y
busca crear Aerocafé. ¿Quién es? ¿Quién es? Se los voy a decir: Luis Guillermo
Echeverry Vélez.
Los Echeverri o Echeverry son de los liberales de Rionegro (Antioquia),
un liberalismo que se refiere a las disputas librecambistas y proteccionistas
que se radicalizan hacia 1845. No obstante, Camilo Antonio Mario Echeverry ‘el
Tuerto Echeverry’ y Mariano Ospina Rodríguez darían claridad a la inofensiva
relación entre las élites liberales y conservadoras. Lo realmente importante para
ellos era separar a las muchedumbres de la política y acabar con cualquier
líder político que tuviese el apoyo de la plebe. Tal como nos los cuenta Jorge
Orlando Melo en su trabajo “Colombia es un tema”, así lo señalaba Juan de Dios
Aranzazu: el enfrentamiento real era “de los perdularios contra la
industriosos, la de las plebes contra las clases elevadas, la del salvaje […]
contra el hombre civilizado”. Desde entonces, ser liberal de Rionegro, o sea,
de las élites, no tiene ninguna diferencia importante con ser conservador. En
aquellos tiempos las montañas de Caramanta, sobre las que se erige la Concesión
Echeverry, eran paso obligado entre el sur del país y el centro de Antioquia,
lo que señala con precisión la ruta del proyecto económico del país y el
verdadero centro de poder de la nación en los inicios de la República. Es éste
el país de comerciantes y terratenientes que, por un lado, esgrimen a sus
leguleyos y por el otro a los ejércitos privados de matones, ese país que
generó la tristeza de Simón Bolívar al que tal vez no alcanzó a conocer. Hoy
Caramanta apenas ofrece un 2% del su territorio a sus pobladores, el 98%
restante está adjudicado o a la espera de concesión para la explotación minera.
De acuerdo con Tatiana Rodríguez Maldonado, en el informe de Censat sobre
Corantioquia del
pasado 30 de mayo, estos proyectos mineros beben voraces de 22 fuentes de agua,
impidiendo el desarrollo de la agricultura, la ganadería y la vida humana. El
desalojo es el resultado, muchedumbres que tendrán que seguir huyendo hacia las
ciudades. Un proyecto como éste que, primero, necesitaba tanta tierra baldía y,
segundo, no marchaba al son de los ideales de independencia y unidad nacional
de Antonio Nariño y Simón Bolívar era el proyecto sobre la realidad y las
tierras colombianas que impidió que las ideas liberales lograran la
fenomenología tan encomiada por los modernos. Mientras las ideas de libertad
incendiaban el espíritu del pueblo, los pragmáticos diseñaban milímetro a
milímetro una realidad que dejaría sin tierra a la democracia y las ideas del
pueblo.
En 1948, y casi frente a la lápida de Jorge Eliécer Gaitán, se celebró
el primer campeonato colombiano de la categoría Primera A del fútbol
profesional. El 15 de agosto de 1948, siendo las 11:00 de la mañana, se inició
el campeonato en la cancha del hipódromo de San Fernando en Itagüí. De los diez
clubes que participarían, uno de ellos, al año siguiente, estaría haciendo de
una canción para un antioqueño, su himno. Para el pueblo iba a ser el fútbol.
De paso, este negocio iba a servir para la santificación de recursos de dudosa
procedencia. Francisco José Echeverry Duque, nacido en 1902, tuvo un hermano
homónimo llamado Francisco Luis Echeverry Duque, nacido en 1892. Ambos hermanos
de Jesús María Echeverry Duque, presidente de la Asamblea Departamental y
gobernador de Antioquia, y del médico Martiniano Echeverry Duque, que investigaría
sobre la Silicosis, enfermedad que se presenta como efecto de la minería en la
Frontino Gold Mines, y otros cuatro hermanos más, todos hijos de Francisco
María Pastor Echeverry Bustamente, de la descendencia de Gabriel Echeverry
Escobar. Tal vez fue Francisco José quien se hacía llamar el alférez, el
propietario y gerente del lujoso Hotel Granada en Bogotá, el motivo de la
inspiración de la canción. Tal vez se necesite mucho más que simple ‘queridura’, para que orquestas de
talla internacional graben una ‘cancioncita desinteresada para un desconocido’.
Pacho, como suele decírsele a los Francisco por estos lados, es el nombre del
señor y su apellido abreviado Eché, lo hacen ‘Pachito Echeverry’ o ‘Pachito
Eché’. Como hemos tratado de observar, los Echeverry se relacionan
armónicamente con las danzas conservadoras, pero saben bailar los danzones
liberales, siempre que éstos no representen al populacho.
“Pues sí, señores, ésta es la verdad, hay un señor de talento y razón,
inteligente, despierto y gentil, que rinde culto siempre al corazón. ¿Quien es?
Quién es? Se lo voy a decir. Es antioqueño y muy trabajador y es muy querido en
toda la nación ¿Quién es? ¿Quién es? Se lo voy a decir, ya lo voy a decir.
‘Pachito Eché’ le dicen al señor y baila con gran ardor la danza y el danzón”.
*Marta Lucía Fernández Espinosa es licenciada en Historia y Filosofía de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, además de especialista en Planeamiento Educativo de la Universidad Católica de Manizales, Colombia.
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