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Fusilado: Luis Carlos "El Tuerto" López

Roberto Vergara Támara* Hace ya 14 años, durante la inolvidable Presidencia de Jorge Cavelier, celebró esta Academia una sesión literaria en la que dos Académicos, Roberto Vergara Támara y Fernando Sánchez Torres, disertaron sobre dos grandes poetas,
Luis Carlos López y Porfirio Barba Jacob, y fueron a su vez comentados por dos figuras eminentísimas de la intelectualidad colombiana, los escritores y ensayistas Ramón (“Tito”) de Zubiría y Otto Morales Benítez.
   En esa ocasión, conociendo yo por muchos años la desmedida afición de Roberto (por ese entonces Vice-Presidente de la Academia) por su paisano el “Tuerto” López, y recordando amables tenidas poéticas que habíamos celebrado en su casa o en su finca de Gachancipá, me atreví a soltar, a modo de comentario, el siguiente soneto:

Este varón, que se llamó Roberto
-funcionario formal de la Academia
cartacachaco puro, sin anemia,
y en ginecobstetricias un experto,
por fin ha dado por hablar del Tuerto
sin halagos, sin ira, sin blasfemia,
activando la lírica hiperemia
que en nosotros evoca el vate muerto.
Cuando olvida un poema, muy contrito
-como rogó Jerusalén a Tito
este galeno audaz pide clemencia…
Y Clemencia le trae el libro, al punto,
mientras se ríe a solas el difunto
con su luciferil maledicencia!

   Hoy, en ausencia del nunca bien lamentado Tito de Zubiría, despúes de una impecable y memoriosa presentación de los mejores versos del poeta cartagenero, seleccionados por él mismo, Roberto me ha pedido que haga el comentario de rigor, que he aceptado más como homenaje a una amistad que nos une desde los remotos años del internado en el Hospital de La Samaritana, que por la mutua devoción que ambos sentimos por el bardo. Quien, al decir del mismo Tito en su prólogo a la edición del Centenario por 1979, “fue un virtuoso en la creación y captación de ambientes.
   En ello, y hasta la llegada de Gabriel García Márquez, no tendrá par o émulo que se le mida”.
   Quizás por ello hemos elegido para esta presentación el ambiente de la Academia. Como también nos lo recuerda De Zubiría en ese mismo libro, para burlarse de sus críticos el poeta envio a la Biblioteca Nacional de México una falsa autobiografía en que hacía notar su posición de Académico y rezaba:
   López, Luis CarlosHa publicado “Algo de Crítica”, “El Huerto de Nazaret”, “Proscenio Bárbaro”, “María Paz” (novela), “Abajo las Mitras” (catilinarias anticlericales), “La Vaca Peluda” (cuento popular), “De mi Villorrio”, “Varios a Varios”. Ha colaborado con “El Pendón Azul”, “El Luchador”, etc. etc. Doctor en medicina, especialista en obstetricia. De la Academia de Medicina de Bogotá; de la Academia de Ciencias en Madrid; de la Academia de Historia y del Instituto Politécnico Martínez Olier. Ha sido profesor de Anatomía Patológica; de Química Orgánica; de Física Médica y de Historia de la Literatura Universal… Nació en el Cerro de San Antonio (Departamento del Magdalena, Colombia) en 1885. Ha sido diputado, representante, senador y Ministro el Despacho de Salubridad Pública (hoy de Instrucción y Salubridad), Consejero Municipal de Cartagena, Procurador del antiguo Estado Soberano de Bolívar, Rector de la Facultad de Medicina y Secretario de Gobierno del Estado de Bolívar.
   Actualmente desempeña la Secretaría de Instrucción Pública del mismo Estado, hoy Departamento”.
   De todos modos, su vida estuvo de alguna manera ligada a la medicina. Sabemos que se inscribió como estudiante de dicha carrera en la Universidad de Cartagena, pero tuvo que abandonarla por la iniciación de la Guerra de los Mil Días.
   Quizás por el mismo desorden de la época no se ha hallado constancia de su matrícula, como se lo confirmó la semana antepasada el Académico Guillermo Valencia Abdala a nuestro Presidente, en su visita a dicha ciudad. Yo, hace algunos años, me tomé el trabajo de entresacar las referencias médicas, directas o indirectas, en los poemas citados en la “edición crítica” de Guillermo Alberto Arévalo de 1977, quizás la antología más completa que se haya publicado sobre el “Tuerto”, y encontré 191 referencias que van desde la anatomía hasta el yodo y que demuestran más conocimiento y más interés por los temas médicos que los que pudiera mostrar un simple aficionado. El contenido de algunos de los poemas es francamente clínico, como el “De Sobremesa” que hemos oído:

Y qué? Pura ironía
del hígado, muchacha. En el amor
y en otras cosas de mayor cuantía
todo depende de la digestión.
En otros, se anticipa a los hallazgos bacteriológicos de su época, como cuando dice:
El divino progreso, ese progreso
que le trajo a los indios cimarrones
con la espada y la cruz, el gonococo.

O ese que se refiere a la larga rehabilitación neurológica de Tito de Zubiría, en plena juventud, rehabilitación en que el poeta, como cónsul en Baltimore, jugó un papel importante:
Don Tito de Zubiría
le dice a nurse muy bella
que lo atiende todo el día
con sin igual monería:
-Y yo, que orino en botella.

  Numerosos autores se han devanado los sesos tratando de ubicar los antecedentes o antecesores de éste poeta, “el más original de la lengua española”, al decir de Don Miguel de Unamuno. Algunos lo clasifican en el postmodernismo o antimodernismo y lo hacen acompañar de autores continentales tan desconocidos como López Velarde, Arévalo Martínez, Baldomero Fernández Moreno o el cubano Tallet.
   Otros hablan de que esa poesía despectiva, crítica y medio calembourista fue fenómeno típico de la vuelta del siglo, como pudo verse en Colombia con los poetas de la Gruta Simbólica y otros anteriores y posteriores a ellos. Pero ninguno, en Colombia ni en el continente, fue capaz de producir una obra tan consistente a lo largo de su vida, expresada en cuatro volúmenes que van desde “De mi Villorrio” de 1908 hasta “Por el Atajo” de 1928, fuera de los múltiples poemas no recogidos en libro y en que entabló, no sólo una irónica descripción de personas y de ambientes sino una severa crítica social a las costumbres y a los desniveles de su época, crítca que sigue teniendo auténtica validez en nuestros días.
A mí me han llamado personalmente la atención las similitudes que se observan entre Luis Carlos López y algunos apartes de la obra poética de su contemporáneo y amigo, Daniel Lemaitre. Parece que a ambos, provenientes de rancias familias cartageneras, les llamase la atención y les doliese la decadencia en que había caído su ciudad natal, a la que le dice el soneto más famoso del Tuerto:

Fuiste heroica en los años coloniales
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos…
Y oigamos el soneto que Lemaitre le dedica a la garita:
Ante el peligro, tus miradas fijas
custodia fueron del baluarte otrora,
mas hoy en el desmedro, hora por hora,
¡qué le vamos a hacer! te desvencijas.
En tu inútil refugio el tiempo llora,
o cuando el sol se filtra en tus rendijas
mira la danza de las lagartijas
la verdolaga que a tus pies demora.
Ya no llegan piratas al Caribe
ni nunca más has de gritar ¡quién vive!
Y en vez del centinela el arma al brazo
mientras la rosa vesperal te viste
solo, como pensando en lo que es triste,
se atarda en tu perilla un gallinazo.

La crítica social se vislumbra en los tercetos de su soneto “La Cigarra”:
¡Oh!, ¡tú, la cupletista de la espiga!
Qué te importa que el vulgo juzgue mal
y Samaniego mismo te maldiga,
si vives en perenne festival,
y sabes que la miel de tu panal
es la preocupación de toda hormiga…!
Y oigamos otro soneto que nos retrae a “los tiempos de la cruz y de la espada”:

EL CAÑON CLAVADO
Viejo cañón que el óxido patina
y soñando en pretérita campaña,
bajo el sopor de la calleja huraña
te mueres de tristeza en una esquina.
Aún en tu contextura se adivina
algo que infunde el soplo de la Hazaña,
y algo de aquella robustez de España
que se nutrió con sangre numantina.
¡Oh! ¡Qué resignación hay en tu muerte!
¡Pobre cañon! mereces otra suerte.
Menos mal si a la postre, allí clavado,
mientras luchan los siglos con el hierro,
con una pata de saluda un perro
o te sobija algún enamorado…

   Llama la atención que, auncuando ambos poetas ensayaron métricas diferentes, en ambos se destaca como arma principal el soneto. Y si, en el Tuerto, este, jocoso en su mayoría, adquiere de vez en cuando hondas repercusiones líricas, en Lemaitre, salvo ocasionales alejandrinos o décimas, el soneto lo ubica como uno de los grandes líricos de la lengua castellana como podrá atestiguarlo quien conozca de memoria sonetos tan grandiosos como “El pescador de sábalo”, “El alcatraz” o “Carpintería de ribera”.
   A ambos les cae el calificativo de “bardo-pintor”, “objetivo y subjetivo alternativamente, enamorado más de las cosas y de las reacciones que aquellas determinan que de los cósmicos aspectos humanos que tanto han atraído la mirada perspicaz y certera de Luis Carlos López”.
   Así los definió a ambos Fernando de la Vega en el prólogo que escribiera a la edición de las Poesías de Daniel Lemaitre hecha por Lácides Moreno en 1953. Por su parte, el Tuerto le dedicó a su amigo Lemaitre un soneto jocoso que tituló

VARILLAZO
La pena desigual de mi bolsillo
que no porta ni un céntimo, me fija
la obsesión de llegar a ser un pillo
si no quieres hacerte a la sortija
que ahí te voy a mandar: es un anillo
que finge una pequeña lagartija
con dos ojos… Verás que por el brillo
de sus ojos no es una baratija.
Porque tú, gran pintor, músico, aeda
y un famoso industrial, que no se hospeda
sino en la magnitud de sus ingresos,
bien me puedes mandar –pero no a trueque
de la sortija– un apreciable cheque
por una suma de unos cuantos $…

   No quisiera cerrar este comentario sin aludir a la que ha sido quizás la última antología, titulada “El Tuerto López al alcance de cualquier bachiller”, publicada en 1996 por Policarpo Bustillo Sierra con Jaime Gómez O’Byrne y que Mario Bustillo nos ha traído como especial regalo esta noche. Una de las más amplias, como que recoge 102 poemas, tiene la peculiaridad, para cumplir el propósito de los compiladores, de explicar, en abundantes notas de pie de página, los términos empleados por el poeta que difieren del lenguaje común, lo mismo que las referencias a personajes o sitios históricos o del ambiente cartagenero de la época.
   Es triste reconocerlo, pero esta edición cumple una función didáctica muy importante, ya que, en esta era de computadores y de comidas rápidas, la lengua castellana se va reduciendo cada vez más a su mínima expresión, y la ausencia de lecturas hace que, para las gentes jóvenes, cada vez el lenguaje poético se haga enigmático o incomprensible.
   De ahí la importancia de esta bella edición, cuya ilustración en caricaturas discretas y muy bien logradas fue también supervisada por Policarpo, otro paradigma cartagenero de la industria y la cultura, recientemente fallecido. Fundador y Presidente por muchos años de Laboratorios Bussié, uno de los ejemplos éticos de la industria farmacéutica nacional Policarpo, desde sus oficinas de Bogotá o desde su plácido retiro de Barú, siempre tuvo tiempo qué dedicarle a la literatura, a la cuentística, a la poesía o la fotografía, que fueron sus hobbies más preciados.
   Todo dentro de una sencillez y cordialidad que ocultaban su gran cultura y su pasión por las letras. Tengo en mi biblioteca, dedicados de su puño y letra, no sólo el libro del Tuerto sino otro, quizás el último de su producción, titulado “Poemas de Polo del Caribe”, en cuya portada aparece su silueta destacada frente al oleaje crepuscular del mar que tanto amó.
   Para terminar, quiero felicitar a Roberto y a la Junta Directiva de la Academia por la fiesta del espíritu que nos han brindado esta noche. Como muchos lo sabrán, el Académico Vergara es además de buen recitador un gran poeta, sólo que los versos propios los guarda para sí y para un reducido grupo de sus amigos. Pero ha tenido aciertos increíbles, como el poema que le dedicó a Berta Singerman y que la inmortal declamadora argentina le retribuyó gentilmente. Esperemos que en una próxima sesión podamos escuchar una antología de sus propios versos que demuestren, como el mismo lo ha dicho al comienzo de su presentación, que en los hombres de su tierra la inteligencia es epidérmica.

Dios nos preserve esa epidermis por muchos, muchos años!
Académico Efraím Otero Ruíz
* Presentación en la Sesión Especial del 5 de Diciembre de 2002.
 
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